00 09/05/2007 14:54
Se avecina la nueva fiesta del disco cubano, Cubadisco 2007. Ya se anuncian las nominaciones a los premios en los distintos géneros de la música cubana.

Las nominaciones y los premios, concedidos por un jurado de especialistas atento a la calidad (aunque no falten a veces las consideraciones políticas, personales o de otra índole) son lo más importante del evento, aunque su importancia sea más simbólica que real. Son un termómetro para medir la calidad de la música cubana.

Lo demás son conciertos de artistas nacionales y de algún que otro invitado extranjero de no mucha envergadura.

¿Los discos? Ahí, para mirar. El evento es una de las pocas oportunidades de comprar discos o casetes en moneda nacional. Pero la oferta es pobre y los precios son inaccesibles a la mayoría de los melómanos.

En Cuba, el mercado del disco es prácticamente inexistente. El costo de un CD en las pocas tiendas especializadas (y en divisas convertibles) puede ser el doble o el triple del ingreso mensual en moneda nacional de un trabajador cubano.

Un floreciente mercado negro de discos piratas que se venden entre 40 y 50 pesos (o dos pesos convertibles) y del que los intérpretes no ganan un centavo, es el principal modo de los cubanos que disponen de computadoras o lectores de CD para acceder a su música preferida.

Para la mayoría de los músicos, especialmente los jóvenes que egresan de las escuelas de música, grabar un disco es una proeza. Necesitan dinero y relaciones. Si es con una casa disquera foránea, tienen que estar dispuestos a aceptar todo tipo de condiciones onerosas a cambio de contratos, generalmente miserables.

La irrupción de las disqueras extranjeras en Cuba en la década de los noventa, pese a coincidir con una explosión de la creatividad musical y significar una tabla de salvación para algunos artistas, estuvo a punto de limitar la música nacional a la salsa más exitosa y el son de Buena Vista Social Club.

Hoy, el panorama es un poco más amplio en cuanto a géneros, pero apenas se difunde la música de mayor calidad artística. La banalidad y el mal gusto del reggaeton, la timba y el pop más ramplón dejan sin espacio al jazz, los cantautores y cualquier música con cierta elaboración.

A menudo, excelentes músicos tienen que recurrir a las fusiones de su música con el reggaeton o el rap para que los difundan y ganar popularidad "con lo que más gusta".

La mayoría de los músicos cubanos, salvo los más populares (que suelen no ser los mejores) y unos pocos consagrados, enfrenta un panorama desolador.

Pueden ser virtuosos y hacer música de primera, pero si no los difunden, no graban discos o la gente no puede comprarlos, ni tampoco disfrutarla en vivo, porque el pueblo no puede pagar los cinco pesos convertibles del consumo mínimo para asistir a los pocos lugares donde tocan; entonces, su música no existe.

Los artistas se quejan sin ocultar su malestar, pero los jerarcas de la cultura oficial, atentos a las cajas contadoras, siguen sin enterarse. Si creemos a los entusiastas funcionarios, la música del patio goza de inmejorable salud. De ser así, sería un caso excepcional, en un mundo donde la música popular, permeada por la mediocridad y el facilismo, es cada vez más mercancía y menos arte.

Su buena salud sería tan excepcional como la supervivencia del socialismo. Cubadisco 2007, de no ser otra ficción, lo demostraría.

Gli uomini buoni vanno in Paradiso, quelli cattivi a Patong