La Terminal No. 2 del aeropuerto internacional José Martí, se ha convertido en una cámara de torturas para los viajeros que llegan al país y los anfitriones que concurren a darles la bienvenida.
El salón de espera no tienes asientos, y los familiares deben diseminarse por los exteriores para sentarse sobre pequeños muros, bajo el sol. Cuando arriban los vuelos, la multitud es indescriptible.
Los aduaneros se ensañan con los cubanos provenientes de Miami y Ecuador, y a estos últimos los obligan a mostrar sus equipajes aunque cumplan las normas de peso, con la excusa de que los rayos X descubrieron posibles anomalías. Tras abrir los zippers de bolsas, maletas y maletines, proceden a decomisar cargamentos de ropas y electrodomésticos. Dicen que hay que cumplir las órdenes de sus superiores, con el propósito de evitar que se hagan negocios. Muchos viajeros han reportado el robo de sus pertenencias, y también que los aduaneros les hacen proposiciones para dejarles pasar “el sobrepeso”, a cambio de una determinada cifra.
Los cubanos que regresan de sus visitas a EE UU, o los residentes allá que llegan de visita, son los más aguijoneados por los aduaneros. Un vecino contó que un familiar suyo llegó hace poco de Miami con varios equipos de video para repartirlos entre sus allegados. Los inspectores intentaron decomisarlos, y el hombre reclamó sus derechos. Después de explicar de qué se trataba, la respuesta recibida fue un rotundo no. Entonces, uno por uno, lanzó al suelo los aparatos, los aplastó con los tacones, recogió los pedazos y los echó al cesto de basura.
-Son míos –le dijo a los aduaneros-, los compré con mi dinero.
Los oficiales montaron en cólera, y encerraron al hombre en una oficina, donde permaneció hasta las 8 de la noche.
Cuando llegan los vuelos, los trabajadores del área de servicios practican descaradamente la mendicidad.
-Ayúdeme, por favor, me pagan muy poco -se les escucha continuamente decir, metidos entre el tumulto de los pasajeros.
Gli uomini buoni vanno in Paradiso, quelli cattivi a Patong